OPINIÓN: El trauma colectivo y político: Un llamado a la curación

OPINIÓN: El trauma colectivo y político: Un llamado a la curación

La historia de la humanidad está marcada por eventos traumáticos que han dejado cicatrices en el tejido social del mundo. Guerras devastadoras, regímenes opresivos, ataques contra los derechos humanos, fenómenos naturales o desastres provocados, y crisis económicas han dejado un legado de trauma colectivo, que se vive y se respira en mayor o menor grado en todas partes, incluyendo en nuestro archipiélago. Estos traumas no solo afectan a las generaciones que los han vivido directamente; también, pueden transmitirse de una generación a otra, y así se convierten en una herencia que limita el progreso social

En Puerto Rico, donde se han vivido cambios dramáticos en rápida sucesión en poco más de media década, los síntomas de ese trauma colectivo se palpan a diario, y solo tenemos que dar una mirada más amplia para ver las dimensiones de este fenómeno.  Cuando el huracán María se llevó el follaje que “ocultaba” la pobreza, experimentamos un “descorrer el velo”, y es el mismo velo que nos puede ayudar a entender el componente político de los traumas. Por ejemplo: la pandemia nos pasó a todos, pero nadie tuvo acceso instantáneo a los tratamientos y cuidados con los que contaron los líderes políticos y multimillonarios que contrajeron el virus. Tampoco lo pasó igual una madre soltera, con dos trabajos, que otras familias con apoyo de cuido. Quienes tienen planes médicos privados tuvieron y tienen un acceso a servicios muy distintos al de una persona con el Plan Vital del gobierno. ¿Más ejemplos de este desnivel social y humano en la vida diaria? Un hombre negro tiene cinco veces más probabilidades de ser arrestado sin justa causa que uno blanco, y el 35% de los adultos latinos y asiáticos se han sentido atacados por su raza, según datos de Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP por sus siglas en inglés). Un desertor escolar tiene más probabilidades de caer en actividades delictivas que un joven que termina sus estudios secundarios, según el Centro de Diagnóstico para Inteligencias Múltiples (CDIM) en Puerto Rico, que lleva treinta y tres años con esta predica sin ser escuchado. Según la UNESCO, la pobreza tiene rostro de mujer, que siempre tiene más probabilidades de ser pobre que un hombre. De hecho, la crisis del COVID‑19 aumentó dramáticamente la tasa de pobreza entre las mujeres del mundo, según la ONU Mujeres y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). 

 

Los ejemplos son infinitos, pero la idea es clara:

El campo de juego donde sobrevivimos el trauma colectivo no está nivelado.

Lo único uniforme es que todos estamos atrapados en él, y que nos contagiamos los unos a los otros, como el virus de la pandemia.

Según Ignacio Martín-Baró, psicólogo, filósofo y sacerdote jesuita español, los traumas que afectan a una colectividad no pueden ser analizados a nivel individual, sino en su dinámica colectiva. Si la teoría de Martín Baró ha sido replicada por innumerables estudiosos del tema (muchos centrados en los ejemplos de Chile, Argentina, El Salvador y otros países latinoamericanos que han pasado por profundos traumas sociopolíticos), entonces, ¿no es tiempo de aplicar ese crisol para enfocar la realidad actual de Puerto Rico? 

El  trauma siempre tiene algún elemento político porque se apoya en sistemas sociales diseñados para categorizar a lo que tenemos o no acceso en nuestro colectivo. Las heridas o choques emocionales que compartimos en este archipiélago son fácilmente identificables con una leída somera de los lamentos recurrentes en las redes sociales o en una sala médica o encuentro social, que hacen eco de las más básicas necesidades de un ser humano para vivir con dignidad: agua, luz, alimentos y techo accesibles. 

En su obra “Los marcos sociales de la memoria”, Maurice Halbwachs,  psicólogo y sociólogo francés, plantea que nuestra memoria colectiva se convierte en normas sociales, como  lecciones que transmitimos de una generación a otra. Este fenómeno ha sido ampliamente documentado en nuestro archipiélago, cuya población ha estado bajo el yugo colonial desde finales del siglo XV, sujetos a la obediencia mediante el empleo de la violencia y represión.

Del mismo modo que una persona traumatizada exhibe unos síntomas específicos, el colectivo también, según los expertos citados: hiperreactividad o respuesta de alerta exagerada ante eventos, hipervigilancia, respuestas estridentes e irritabilidad, todos síntomas parecidos a los que se observan en personas que sufren de trastorno de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés). La reacción caótica de compras excesivas cada vez que se anuncia el menor disturbio atmosférico en el Atlántico, por ejemplo, es una manifestación de supervivencia de este PTSD colectivo. 

Este panorama ocurre en un archipiélago que experimenta una fuga masiva bien documentada de profesionales de la salud y una aguda escasez de psicólogos, psiquiatras y terapistas. Esto nos presenta un reto complejo, que requiere, como primer paso, reconocer lo que estamos viviendo y sus consecuencias.  

Uno de los efectos más prevalentes de los “marcos sociales”, a los que se refirió Halbwachs, es que esa mentalidad compartida trae de la mano manifestaciones extremas en las dinámicas políticas y las relaciones de poder; además, generan divisiones políticas y sociales que persisten. La enraizada política partidista tradicional de Puerto Rico y su reciente recomposición, que continúa tomando forma, es una clara manifestación de la sed por un cambio que nace de ese trauma colectivo. 

De otra parte, no olvidemos que las personas que llevamos al poder son parte de ese mismo colectivo, y están sumergidos en los traumas asimilados que siguen fomentando y profundizando. Si quienes nos representan en las esferas de poder son nuestro espejo, entonces es hora de evolucionar hacia una manera distinta de entender las consecuencias de un voto emitido por una tradición de trauma heredado. Ese acto crea un círculo vicioso que todos conocemos: se entra a una urna “a rajar la papeleta”, aunque esa elección termine rajando la vida de quien lo otorga, y que hará lo mismo una y otra vez.

Politizar los traumas colectivos es fundamental para visibilizar la necesidad de abordar efectivamente los conflictos que subyacen tras los traumas. De cara a otro convulso periodo eleccionario, se hace impostergable abordar dos aspectos como un primer paso:

Invertir en servicios de salud mental: Se debe asignar los recursos adecuados para proporcionar servicios de salud mental asequibles y accesibles. Esto incluye la capacitación de profesionales, la creación de centros de apoyo comunitario y la implementación de programas de prevención del trauma.

Educación y sensibilización: La educación desempeña un papel protagónico en la superación del trauma colectivo. Por lo tanto, se deben integrar programas que aborden el impacto del trauma en las comunidades y que promuevan el apoyo mutuo. 

La búsqueda de soluciones a nuestros muchos traumas compartidos y heredados necesita construir  una visión común para el futuro entre grupos que piensan distinto. Necesitamos iniciar un diálogo intergeneracional que nos lleve a alcanzar una visión compartida de justicia, equidad y paz. Entonces, se podrán sentar las bases para la curación y la reconstrucción social de Puerto Rico

Escrito por: Ada Torres Toro

Ada Torres Toro es comunicadora y escritora. Fue presentadora de noticias televisivas durante 20 años y enviada a cubrir conflictos bélicos en distintos países. Su carrera abarca la televisión, prensa escrita y radio. Posteriormente, fundó una agencia publicitaria y se dedicó a las relaciones públicas.

Como autora, ha escrito las novelas Amores Innecesarios y Absenta Dulce. Su tercer libro, Paloma Palomero, está pautado para publicarse a finales de 2023.

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