LA POLICÍA INVADIÓ NUESTRA DISCOTECA LGTBQIA+. ¿POR QUÉ?
Los protocolos de la violencia hacia la comunidad LGBTQIA+
La mayoría de las discotecas, bares, cafeterías y otros lugares de reunión para la comunidad LGBTQIA+ tienen como objetivo ser espacios seguros, también conocidos como espacios más seguros. (Esto incluye eventos efímeros celebrados en lugares que no pertenecen específicamente a la comunidad.) Para aquelles que no están familiarizados con el concepto, en términos generales, un espacio más seguro es un lugar en el que nadie se lastima o se siente incómodo, ya sea física, mental o emocionalmente. El término se usa principalmente en el contexto de la vida nocturna, pero no se limita a esos confines.
Sin embargo, un espacio 100% libre de daños no es posible. Hay simplemente demasiadas variables: desde la entrada de un agresor anónimo hasta la posibilidad de que una canción reproducida pueda molestar a alguien (nadie quiere escuchar la música de Chris Brown, ¿estamos clares?) hasta el hecho de que, en una pandemia, el riesgo de contraer COVID-19 es una amenaza, incluso para les que usan mascarilla y están vacunades.
Hay que reconocer que es difícil alcanzar un escenario ideal, pero podemos acercarnos a ello. Por eso, en vez de decir espacio seguro, utilizar el concepto de un espacio más seguro es una manera de recordarnos que debemos permanecer vigilantes.
Y es que, nadie espera que un grupo de 20 policías armados se aparezca en un club LGBTQIA+; por lo menos no en el 2021, ¿verdad? Desafortunadamente, eso es lo que sucedió la noche del jueves 22 de julio en Loverbar, el restaurante y bar que fundé en San Juan, Puerto Rico.
Hasta que uno de los oficiales me dijo: "estamos aquí para verificar los permisos".
El grupo había marchado por el Paseo de Diego, una franja comercial peatonal en el centro de Río Piedras, uno de los barrios más antiguos de San Juan y también hogar de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, así como de muchos de sus estudiantes. Como yo estaba afuera a las 10:45 p.m. más o menos, vi venir a las autoridades.
Antes de que llegaran, temí que “algo horrible debe haber sucedido cerca”.
Pero en cuestión de segundos me di cuenta de que el intimidante grupo de oficiales municipales, la mayor parte de ellos vestidos con camuflaje oscuro –lo que supongo que eran chalecos antibalas y sombreros negros– se agrupaban ante las puertas de Loverbar. Habían tenido que rebasar unas 30 personas, que en su mayoría eran clientes de Loverbar que se identifican como queer y trans y que hasta unos minutos antes habían estado disfrutando de la compañía de sus amigues, bebiendo y riendo.
Es importante proporcionar contexto aquí, particularmente para cualquier persona que no esté familiarizada con la Policía de Puerto Rico. Es de conocimiento común que en los Estados Unidos, muchas personas marginadas ven a la policía como amenazante, aterradora; la policía no es, para muches, la protectora de personas que pretende ser. Muches puertorriqueñes sienten lo mismo acerca de esta fuerza armada en su país. Los problemas graves incluyen, aunque no se limitan a: ataques y asesinatos de personas no armadas y, notoriamente, el uso innecesario de la fuerza y la represión dirigida de las protestas, desde los años 70 hasta el movimiento #RickyRenuncia y las manifestaciones recientes contra los planes de construcción ambientalmente nocivos en el municipio de Rincón.
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Y entonces, claro, la aglomeración de estos agentes me asustó. Pero como fundadora de Loverbar, obviamente es mi responsabilidad intervenir. Además, siendo una latina blanca cisgénero que puede percibirse como hétero y teniendo en cuenta la historia de violencia policial contra identidades "otras", me consideraría entre las menos vulnerables del grupo que enfrentaron a estos policías. A pesar de la ansiedad y el nerviosismo, tuve que actuar.
"Los llevaré directamente a los permisos", les dije, y así lo hice. Alrededor de 10 oficiales ingresaron a Loverbar junto con el oficial de permisos. No me esperaba eso; ¿por qué deberían entrar los policías? El resto se quedó afuera, bloqueando la entrada; la mayoría sosteniendo sus armas en manos. Todes elles, tanto dentro como fuera de Loverbar, parecían preparades para actuar.
¿Qué tipo de acción esperaban? No lo sé. Loverbar es un espacio comunitario. Hay señales por fuera y por dentro sobre el respeto a los pronombres de las personas, sobre amarse y respetarse unes a otres. Hay un mural justo dentro –imposible no verlo– denunciando la homofobia, la transfobia y el racismo. El espacio es mayormente de color rosado, con curiosidades vintage y chucherías por todas partes. Una bandera trans y una bandera de orgullo cuelgan como puntos focales en el entresuelo donde une DJ está típicamente estacionade.
La yuxtaposición de la tormenta oscura que parecía aquella multitud de policías armados contra nuestra decoración –linda y centrada en el amor– quedará grabada en mi memoria para siempre, junto con el latido de un estómago que se hundía al darme cuenta esa noche, en tiempo real, de lo traumático que sería este evento surrealista para todes les presentes.
Debido a que esta información está disponible virtualmente para la oficina de permisos, el representante probablemente ya sabía esto: Nuestros permisos están actualizados. Sin embargo, había un problema: habíamos cerrado la cocina temprano esa noche, y no nos dimos cuenta de que nuestro permiso solo nos permite operar el bar mientras la cocina está abierta. Más tarde, nuestro abogado nos dijo que se permite un lapso de una hora durante el cual no se toman pedidos de alimentos, pero el bar aún funciona, pero eso no habría ayudado de todos modos aquel jueves. La cocina había dejado de recibir pedidos poco antes de las 10 p.m.
Nos multaron con $2,000 por este tecnicismo. Lo acepto; lección aprendida. No es la multa el problema, aunque tengo muchos sentimientos sobre el tratamiento y la falta de apoyo para las pequeñas empresas por parte del gobierno. El problema principal, obviamente, es la forma en que se realizó este proceso de verificación de permisos.
Mientras llenaba nuestro papeleo esa noche, el oficial de permisos me dijo que alguien había presentado una queja contra nosotres. También me dijo que la información es pública. Dos personas, un empresario local y un líder comunitario, me han dicho que es un vecino de Río Piedras quien hizo la denuncia, y citó varios otros restaurantes y bares locales. Espero leer los documentos oficiales con mis propios ojos muy pronto.
Pero de los otros negocios que también fueron "revisados" esa noche, sé –después de hablar con quienes los manejan– de dos establecimientos cercanos de vida nocturna que también fueron visitados por la policía y un oficial de permisos esa misma noche; ninguno de ellos recibió un trato tan duro como Loverbar. ¿Por qué?
Merecemos espacios más seguros
La comunidad LGBTQIA+ y todas las personas marginadas merecen espacios más seguros. Merecen respiros de una sociedad que responde a su propia existencia con discriminación, opresión y violencia. Pero ¿por qué esta cantidad absurda de oficiales, con sus enormes armas y expresiones estoicas? Todos ellos borraron por completo la sensación de seguridad que hemos trabajado tan duro para cultivar en Loverbar. Y, para ser sincera, no todos los oficiales eran tan impasibles. Dos de ellos, en un momento dado, se reían.
De todos los estados territorios, o colonias de los Estados Unidos, Puerto Rico ocupa el primer lugar en asesinatos de personas transgénero y de género no conforme. Aquí, el conservadurismo religioso está muy arraigado y las personas LGBTQIA+ enfrentan discriminación a diario. Cualquier prejuicio afecta negativamente las posibilidades de empleo, especialmente para las personas trans y de género no conforme, especialmente si son latinos negros o no blancos. El desempleo en Puerto Rico por años ha oscilado entre el 40% y el 50%, por lo que, aunque no hay estadísticas específicas para les residentes LGBTQIA+ sobre esto, podemos asumir con seguridad, especialmente si los datos de los Estados Unidos son un indicador, que para nuestra comunidad la tasa es ciertamente más alta.
Un espacio completamente seguro es imposible; lo admito sin titubear. Pero todos los días, como equipo, hacemos todo lo posible para llegar allí. Ese esfuerzo es lo que nos convierte en un lugar donde las personas LGBTQIA+ pueden prosperar más fácilmente, donde pueden ser más cómodamente elles mismes, plena y felizmente.
Esa noche, como la mayoría de les presentes, mi ansiedad alcanzó un nivel máximo no antes visto. Y me sentí tan pequeña cuando, una vez que supe que nos multaron y que la terrible experiencia estaba llegando a su fin, les pregunté a les oficiales: "¿Por qué necesitaban las armas?"
¿Su respuesta? “Todo el asunto, armas y todo, es protocolo”. Tan aterrador como suena, considerando todas las cosas, tiene sentido: para todas las personas marginadas, el uso innecesario de la fuerza por parte de la policía es definitivamente un protocolo.
Somos muy afortunades de que nadie haya resultado heride físicamente. También somos afortunades de contar con el apoyo de nuestra comunidad. No solo muches han donado generosamente para ayudarnos a pagar la multa, sino que también están condenando públicamente las acciones de la policía esa noche. El alcalde de San Juan, una persona conservadora, al principio calificó las condenas de rumores. Poco después se retractó, declarando públicamente que había ordenado una investigación sobre los eventos de la noche.
Casi un mes después, el 11 de agosto, no había tenido noticias de la oficina de Romero, por lo que envié un correo electrónico directamente preguntando sobre el estado de dicha investigación. Recibí una respuesta el 26 de agosto de una abogada que explicó que fue contratada el 30 de junio por la oficina de Romero para dirigir esta investigación.
Cuando se me pidió que me reuniera con ella el 26 de agosto, acepté, y posteriormente pasé una hora respondiendo sus preguntas en lo que parecía un trastero dentro de la Oficina de Permisos de San Juan. Habían cajas llenas de papeleo amontonadas a nuestro alrededor. Estaba junto a una consultora de Loverbar que nos ha estado ayudando a superar esta situación y el abogado. Respondí con cuanto detalle pude dar. Pero no, no podía recordar el nombre del oficial cuyas manos estuvieron tan cerca de mi cara que tuve que dar un paso atrás. Sin embargo, recordé la ansiedad que sentí al preguntarle al grupo de oficiales armados dentro de Loverbar por qué necesitaban sus armas. Le transmití lo que he contado aquí: que me dijeron que tal fuerza es "protocolo".
El abogado me preguntó qué quería de esta situación. Le dije, entre otras cosas, que quiero que se cambie este protocolo. Ningún negocio debería tener que soportar la ansiedad de una multitud de oficiales armados que entran en sus instalaciones sin causa. “Imagínese si hubieran hecho esto en una cadena corporativa, como un Olive Garden”, dije. Nunca sucedería. Entonces, “¿por qué les sucede a las empresas independientes?”, cuestioné sin esperar una respuesta lógica.
La paz en Loverbar esa noche fue innegablemente violada, y nos llevará tiempo a nosotres, empleades, miembres de la comunidad, recuperarnos del trauma del evento. Para ser honesta, creo que ninguna persona que estuvo allí olvidará jamás cómo se sintió entonces: esa emoción, rabia o miedo o una combinación de muchas otras emociones.
Pero Loverbar no cerrará sus puertas a causa de esto. Mientras podamos, y a pesar de las dificultades o discriminaciones que se nos presenten, continuaremos nuestra misión de cultivar un espacio más seguro para todes.
Nota: Este texto se publicó originalmente en inglés y fue traducido por Julia Taveras, fundadora de ¡The Film Translation Board!.